jueves, 24 de febrero de 2011

te encontré

Se prometian muchas cosas, habían caido bajo ese manto espeso
que te lleva a donde no te trae dejando colgadas las palabras en
una cuerda que está a punto de cortarse. Se subieron rápidamente
al desborde de lenguas, ese choque frenético de palabreríos
mudos y sin sentido que los adolecentes enamorados se tiran en
un azar de partidas. Pero sus ojos inundados de gloria eran
verdaderos, en ese momento decían verdad (sabiendo que las penas
vendrían).
Se conocieron en una plaza, en el centro invernal de la ciudad.
Él estaba sentado con su libro, el libro lo aconsejaba. ÉL le
comentaba que no se animaba, el libro le aconsejaba. Le repetía
que no tenía por qué, más que su cándida mirada al más allá de
un alma gemela sentada, lo que tonto el había de mirar. Ella, en
sus tantos, movia en un compás repetitivo sus piecitos,
haciéndolos chocar; abriendo, cerrando. Comía, no importa que.
Tenía puesto unos guantes negros, quizá con rombos rojos y su
bufanda ¡que bien le quedaba! ¡Que roja estaba su nariz! Pero
¡que bien le quedaba la bufanda de trama escocesa! Sus ojos de
corderoy, desos que no dicen nada hasta que te cuentan todo.
Él, ella, nadie y yo.
El tiempo no pasaba y ellos se miraban de abajo hacia arriba; de
donde había y donde no, que mirar.
Al rato, cuando me descuidé, ellos estaban hablándose al oido.
Él le contaba cosas como:
- Que exquisito mirarte en el cielo, que se pinta de verde con
sus nubes, aquellas con formas deformes y aire apretujado y
esponjoso.
Pero no valía la pena, ella miraba más allá; ¿Cómo miraba ella
que no miraba? No entiendo. Ella le soplaba:
- No quiero esas nubes ni estar entre ellas, se van. Cambian su
forma deforme y se soplan sin el viento. Meteme entre las
estrellas, que siempre brillan, que siempre están ahí a donde
las buscás, fieles al secreto de mi pena diariamente exánime.
No eran dos para cual, ni el cual es para dos. Pero cuando nos
damos cuenta quedamos solo lo nuestro, nuesotros.
- Quiero saber que les cuentas, cuéntame, quiero saber si figuro
desfigurado entre las uniformes estrellas que conocen tus
secretos, públicos a su brillo y privado de mi oido nubloso. -le
dijo, joven niño, a la muchacha.
¡No! Ella es incapaz de contarte, ella llora. Ella lo mira. Ella
sigue llorando, con risa, sin risa.
¿Por qué lloramos? Nadie llora porque si. Va, me contaron de esa
tierra donde algunos lloran porque si; es aquella donde el
tiempo existe. Por cierto, ellos estaban allá. Pero habían
aprendido como escapar de la aspiradora horaria.
- Chau, adios, te odio, me hiciste enamorar de ese amor de
mentira. Me recordaste lo cruel que son las estrellas, que les
hablo y no responden. Y peor aun, creiste querer ser ese
muchacho que tanto sueño con ensueños fatigados y no te parecés
ni rayo de estrella más lejana y menos luminosa. - con lágrimás
en sus labios (lo rico de la sal y el llanto) dijo la joven.
Y pobre coto rorazón del joven que poco y rayo de estrella más
lejana y menos luminosa entendía. Porque... ¿Por qué? Nadie sabe
el por qué. Yo soy el por qué, eso no se sabe, no se existe,
tampoco se exime. Pasa que nadie entiende lo que no ve, y como
no me ven... Pero cuando les cuento, ¡mua! Quedaron quietitos.
Pobre mi niña, yo no soy carne y ella cree que si. Y me busca y
me compara, lo cruel del amor es que no existo, pero le debo mi
pensar a ella que me recrea con su afán débil. No existo. Y
siempre que se enamora la pobre, que me cree ver, insulta a la
pequeña y lejana estrella que más estaba brillando esa noche, y
le cuenta como no volví a aparecer. Aparecí desaparecido. Me
crearon muerto. Y bueno, yo no elegí ser quien soy, pobres
estrellas; ellas tampoco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario